Desde el Café
Bernardo Gutiérrez Parra
Cada vez que puede y últimamente puede muy seguido, el
gobernador Miguel Ángel Yunes Linares, no pierde la oportunidad de hablar de
las más de 6 mil cámaras que se instalarán en varios municipios neurálgicos de
la entidad.
Habla de ellas como si fueran la panacea contra todos
los males de la veracruzanada ya que -dice- han dado excelentes resultados en
el combate a la delincuencia en varias ciudades del mundo. Y en este punto tiene
razón.
Pero le falla cuando agrega que también han dado
resultado positivo en ciudades de la República.
Este dato está alejado de la realidad.
Para empezar, 2017 se perfila a nivel nacional, como
el más violento en veinte años. Prácticamente no hay estado que se haya salvado
de al menos un par de ejecuciones.
De este año, junio ha sido el mes más violento en dos
décadas con 2 mil 237 carpetas de investigación abiertas por ejecuciones.
El Estado de México, Guanajuato, la Ciudad de México,
Jalisco, Sinaloa, Chihuahua, Baja California, Guerrero, Michoacán y por
desgracia Veracruz, son considerados los más violentos del país y en la gran
mayoría existen cámaras de videovigilancia.
¿A qué se debe que éstas estén dando resultado en
Madrid, Nueva York, Londres, Paris y no en ciudades mexicanas?
A los policías.
Mientras en esas ciudades los policías lo son por
vocación, en nuestro país lo son por necesidad. Y entre la vocación y la necesidad
la distancia es abismal.
¿De qué sirve que Yunes Linares quiera tapizar
Veracruz con cámaras cuando existe una policía deficiente?
Siendo candidato, presentó un decálogo con las
acciones para enfrentar a la delincuencia entre las que enumeró la creación de
una nueva policía estatal capacitada y sometida “permanentemente” a exámenes de
control y confianza. “Sus elementos serán bien remunerados, contarán con
sistemas de seguridad social y de protección para sus hijos”, dijo entonces.
Y a más de un año de aquel mensaje, esa nueva policía
brilla por su ausencia y no se ha sabido que a los actuales elementos les hayan
aumentado el sueldo.
Quien se mete a policía en este país es porque no
tiene de otra, pero no por vocación y mucho menos por los incentivos que pueda
obtener. Lo hace porque sabe que a menos con esa chamba (en la que se arriesga
la vida) tendrá algo para llevar de comer a su familia.
El sueldo de los policías estatales y municipales (me estoy
refiriendo a la tropa) es de hambre, y el que tiene casa propia es porque se la
heredaron sus padres y no porque el Estado se la haya otorgado.
Si las cámaras de videovigilancia han dado excelentes
resultados en Madrid, Nueva York, Londres y Paris, es porque allá los policías sí
están capacitados, sí están bien pagados, sí reciben buenos estímulos y sí
tienen seguridad social para ellos y su familia.
Además, el Estado les otorga créditos para vivienda y
sus viudas no tienen que andar como limosneras suplicando que les paguen el
seguro de vida de sus maridos muertos, como ha sucedido en Veracruz.
El día que exista esa policía capacitada y bien pagada
entonces sí podremos presumir de que la seguridad regresó a la entidad.
Pero mientras esto no suceda me temo que las cámaras
de videovigilancia servirán (como dijo el presidente de la Asociación Nacional
de Consejos de Participación Cívica, Arturo Mattielo Canales) para ver crímenes
y saltos en tiempo real.