(Tres
Partes)
Por Francisco
Berlín Valenzuela*
Tercera Parte
El poder de la palabra y la
habilidad del orador político debe canalizarse para provocar el dialogo entre
sus oyentes, a fin de que ellos participen más interesadamente en la contiendas.
En estas condiciones el basamento ideológico de los partidos servirá de soporte
a los argumentos esgrimidos para combatir la tesis de una oposición que se
muestra agresiva en las épocas de las campañas comiciales. Se impone entonces
la necesidad de conocer más a fondo el papel que los partidos tienen en la vida
política del país, pugnando porque el auditorio comprenda y justifique la
acción política que despliega.
Lo
anterior, adquiere una especial importancia en esta época en que los partidos
hacen caso omiso de la plataforma y la doctrina que los nutre, pues es un hecho
innegable que no sólo en México, si no en muchas partes del mundo, éstas
organizaciones políticas se distinguen por su desideologización, es decir, por
el abandono de las ideologías que sostienen, las cuales se han relativizado por
culpa de sus dirigentes, quienes han prescindido
de ellas en las alianzas y conformación de frentes electorales, que realizan con
la finalidad de obtener el poder político.
El orador político tiene que
percatarse también de los elementos que están presenten en cada elección,
distinguiéndolas por el tipo de órgano a integrar. No es lo mismo una elección
para gobernador o Presidente de la República, a un cómicio para elegir
representantes populares que integren un cuerpo colegiado. En el primer caso hay que destacar
más la presencia de los candidatos, mientras que en el segundo debe resaltarse
más la presencia del partido y de su plataforma ideológica.
En caso de elecciones para
Gobernador o Presidentes Municipales o de la República, la necesidad de
identificación entre la ciudadanía y su candidato es prioritaria, en cambio en
aquellas que se convoca para elegir diputados o senadores deben prevalecer las
tesis partidistas, ya que en los órganos a integrar se representan grupos
y tendencias de opinión.
Reflexionemos
ahora sobre un tema de considerable importancia en el momento presente,
frecuentemente se olvida en las lides electorales que la finalidad de un
proceso electoral es el de obtener en un clima de concordia y paz social la
superación de la lucha de los contrarios, de las partes opuestas, haciendo
posible el planteamiento disímbolo de ideas, propias de una sociedad plural. En
este sentido la violencia en todas sus manifestaciones, tanto física como
verbal, no tiene cavida en una comunidad civilizada como es la nuestra, por ser
esencialmente antitética a todo proceso electoral y por lo mismo nunca y bajo
ninguna condición puede ser su componente, so pena de atentar contra los fines
de la elección en el afán de alcanzar sus medios.
Teniendo presente este asunto resulta comprensible que los oradores en
las contiendas políticas, está bien que se manifiesten encendidos en sus
alocuciones, sin ser incendiarios; que sean enérgicos, pero no descorteces,
intransigentes en sus postulados y principios sin llegar a ser irrespetuosos,
que practiquen la polémica sin ser insultantes, pero sobre todo que se
produzcan con sinceridad y verdad ante su auditorio.
No perdamos de vista a este respecto, que la
elección es, además de un medio de capacitación de los hombres más idóneos para el ejercicio del poder político, un instrumento de legitimación, como ya lo expresamos
anteriormente, por lo que todo denuesto contra los procesos electorales, los
partidos políticos participantes y los ciudadanos protagonistas, se revierte
debilitando la imagen pública de la elección, desvaneciendo su naturaleza pacífica
y preparando el camino para el arribo del autoritarismo.
Quienes
así proceden no ocultan su posición reaccionaria y conservadora. Mal hacen por
lo tanto algunos partidos, no solamente por la escasez de militantes, sino por
la falta de ideas y argumentos, cuando con posturas teatrales fúnebres ironizan
insidiosamente las instituciones democráticas, so pretexto de
defender el sufragio cuando este les es adverso.
No
es políticamente valioso cambiarle al pueblo las urnas por ataúdes para que
deposite su voto, insinuando con ello que la democracia ha perecido, porque tal
actitud no contribuye en nada al perfeccionamiento de las instituciones y si
genera el desaliento que conduce al abstencionismo, al debilitar el espíritu
cívico de la ciudadanía.
Finalmente, considero que hablar de
la oratoria y las contiendas electorales, implica tener presente que quienes la practican son poseedores de
virtudes morales e intelectuales
superiores, en virtud de que el orador político debe tener una gran
versatilidad que lo coloque en aptitud de comunicarse lo mismo con letrados que
con analfabetas, con campesinos que con profesionales, con obreros que con
industriales, siendo ésta una capacidad que sólo se alcanza mediante una constante
y permanente disposición de aprendizaje, pues es evidente que el que puede lo más puede lo menos. De ahí, que quien
se dirige a cualquier auditorio puede llegar a reducir dialécticamente la
teoría y la praxis política.
Rige
en términos castrenses un principio que reza “Que nadie debe desenvainar la
espada sin motivo, pero menos aun envainarla sin honor”. Construyendo un símil
yo les digo a los oradores políticos que nadie debe abordar la tribuna sin convicciones
razonadas, pero menos aun abandonarla sin la satisfacción de haber contribuido
con su palabra al fortalecimiento de la democracia y la paz social.
*Doctor en
Derecho. Analista Político. Autor de libros en Derecho Electoral y
Parlamentario. Profesor Investigador Emérito de “El Colegio de Veracruz”.
Receptor de las “Medallas Defensor de la Libertad y Promotor del Progreso” y al
“Mérito Jurídico”, otorgada por el Club de Periodistas de México y por el H.
Ayuntamiento de Xalapa, Veracruz.