Por el Dr. Francisco Berlín Valenzuela
Hace tres años ocho meses,
publiqué en el número 5 de la Revista “JURISTA”, un artículo sobre el
tratadista argentino Carlos S Fayt, que entraña una lección de dignidad para
los abogados, particularmente los encargados de impartir justicia. Me parece
que es oportuno recordarlo para que lo
lean los magistrados del Tribunal Superior de Justicia de nuestro Estado, a
quienes se les quiere jubilar en razón de la edad, al superar en su mayor parte
siete décadas de existencia, lo que según parece aceptan sumisamente.
Ojalá les sirva este ejemplo
de vida de un hombre bueno y sabio, que en defensa de su gremio, no aceptó que
se le quisiera jubilar como Ministro de la Corte Suprema de la República de
Argentina, al cumplir 75 años de edad, después de ejercer el cargo por 19 años,
interponiendo una controversia constitucional contra la reforma constitucional
que lo establecía, contando con el apoyo de su gremio, obteniendo sentencia
favorable que le permitió seguir como Ministro hasta los 97 años de edad.
CARLOS
S. FAYT: JUEZ UNIVERSAL AL SERVICIO DEL DERECHO
A sus 96 años de edad sigue laborando como Ministro de la
Corte Suprema de Argentina
Primera Parte
Conocí,
en persona, a Carlos Santiago Fayt en la primavera del año de 1980 con motivo
de su asistencia al Congreso Internacional de Teoría del Estado, celebrado en
la Ciudad de México, del 7 al 11 de abril. Para mí, contactarlo era primordial,
porque venía precedido de un prestigio académico enorme y de un halo de
sabiduría fuera de lo común, derivado de la fama que logró por la publicación
de sus libros de Derecho Político, Teoría Política, Democracia, que, en
conjunto, sumaban más de 30 obras, consideradas -desde entonces-, como
fundamentales en las escuelas y facultades de las universidades de América
Latina y de todo el mundo.
Argentino de origen, Fayt se convirtió en
un referente obligado para los estudiosos de la Política, Derecho Político,
Ciencia Política, Derecho y Teoría de la Democracia. El primer encuentro,
durante la ceremonia de inauguración del Congreso fue más que afortunado y
presagió el inicio de una relación amistosa que al paso de los años se
robusteció y se consolidó en un vínculo académico y de trato personal
impregnado de afecto y de consideraciones recíprocas.
En el inicio de la década de los ochentas,
había terminado mi tesis doctoral intitulada “Derecho Electoral: Instrumento
Normativo de la Democracia”. Ubicar material para su elaboración fue una
empresa verdaderamente ardua y laboriosa. En el comienzo, me dirigí a la
Editorial Porrúa, en la calle de Donceles y Argentina, para adquirir todo el
material necesario. Pero mi sorpresa fue mayúscula cuando Don José Antonio
Porrúa -con cierto humor-, palabras más, palabras menos, me comentó “no es muy
complicado apoyarlo, por una sencilla razón, no existe nada al respecto, pero
pase usted a nuestras bodegas para ver que le puede ser útil de los libros
existentes en su labor de investigación”.
Fue así como descubrí -por primera
ocasión-, al maestro Carlos Santiago Fayt, a través de los innumerables textos
de su autoría, relacionados en general con el Derecho Político y materias
afines. Pero en ese momento, jamás me imagine que aquel encuentro así iniciado,
se convertiría un día en un dialogo académico y en una relación fraternal de
larga duración, pleno de fecundas enseñanzas.
Después de la solemne inauguración del
Congreso realizada por el Lic. José López Portillo, Presidente de la República,
le invité a mi domicilio. Como dije, me encontraba en los preparativos finales
de mi tesis doctoral, que presentaría en la Facultad de Derecho de la UNAM. Por
esa razón, sobre mi escritorio estaban muy a la mano sus obras. Cuando el
célebre maestro las vio y advirtió que habían sido consultadas como parte
medular en la elaboración de mi capitulado, se llenó de alborozo y, según supe
tiempo después, le motivó, dentro de su trance anímico por la reciente pérdida
de su cónyuge, para apreciar que el trabajo que había venido realizando no era
inútil, que sus ideas y reflexiones eran seguidas y aprovechadas por discípulos
anónimos de diferentes partes del mundo. Constataba -como maestro- que sus
pensamientos eran como semillas sembradas en el surco del tiempo y el espacio,
esparcidas fructíferamente en el universo de la academia.
Cuando le comente que el tema de mi obra,
“Derecho Electoral”, básicamente intentaba sentar las bases de una nueva
disciplina del derecho, concebida como un área distinta y autónoma de su
corpus, el maestro se emocionó y aceptó prologar la edición que se publicaría
tres meses después. Por supuesto, el prólogo resultó ser una bellísima pieza de
prosa jurídica-política, que entrañaba lecciones desbordantes de libertad para
un continente, entonces lacerado por las constantes irrupciones golpistas
generadas por la opresora bota militar.
Aún hoy, éste prólogo conserva la frescura
y la claridad de su pensamiento democrático. En justa gratitud a su
generosidad, debo de comentar, además, que el ilustre maestro, no solo escribió
la nota introductoria, sino que fue testigo de honor de mi examen,
trasladándose -expresamente-, desde la Ciudad de Buenos Aires a la Ciudad de
México. Ese fue, todo un gesto de camaradería y de solidario apoyo académico.
Cinco años después de aquel primer amistoso
encuentro, durante mi campaña a diputado federal por el entonces XVI distrito
de la ciudad capital de nuestro país, fui invitado a poner en funcionamiento
una caseta de telefonía internacional dentro de un comercio ubicado en la calle
Concepción Beístegui, en la Colonia del Valle. Para darle mayor realce al
evento, se me ocurrió que venía muy al caso saludar -en la primera llamada-, al
reconocido maestro y amigo argentino. La idea fue, sostener una conversación
sobre el tema “El Porvenir de la Democracia en América Latina”. El enlace
resultó un éxito porque durante 20 minutos, fue difundida instantáneamente con
la ayuda de altoparlantes y un micrófono abierto. De esa forma más de 500
electores presenciaron, “en vivo”, el conceptuoso discurrir del afamado
expositor, en el que su idea central fue la necesidad de “democratizar la
democracia” en los países latinoamericanos. Lo recuerdo como uno de los eventos
más significativos y transcendentes de aquella justa electoral, de la que
gracias a ese tipo de actos, salí triunfante, no obstante que se trataba de un
enclave opositor.
Segunda Parte
Fayt tiene hoy, 96 años de edad (cumplidos
el primero de febrero) y estoy seguro de que se trata de un caso único en el
mundo de la judicatura. Su vitalidad es asombrosa. La lógica de sus
razonamientos es impecable y su autoridad moral, como servidor público -y como
persona-, es y ha sido, intachable. Sólo debo de explicitar que en estos días
se sigue desempeñando como Ministro Decano de la Corte Suprema de Justicia de
la Argentina. Acumula treinta y un años de servicios ininterrumpidos, acude a
todas las audiencias del alto tribunal y, durante todos esos años, no se
recuerda que haya faltado a una sola de las reuniones del órgano colegiado.
De manera increíble, el año pasado, la
presidenta Cristina Krishtner lo mal adjetivó como “el ministro centenario”. El
connotado jurista, con el especial sentido de humor que lo caracteriza,
respondió ante la prensa diciendo “centenario yo, todavía no, aún me faltan
cinco años”. En el fondo de aquella denostación se encuentra una “razón” que
maliciosamente merodea en muchas instituciones contemporáneas: considerar que
una persona, después de cierta edad –y por ese hecho- debe de retirarse de la
vida académica y/o productiva.
Pero la vigencia del encumbrado maestro y
ministro está fuera de toda duda. Aún, si el parámetro para calificarlo fuese
sólo el de la productividad, abona a su favor que su incansable trabajo lo
llevó a resolver una gran cantidad de casos en su Sala, lo que le ubica como un
verdadero fenómeno en el campo de la judicatura de todos los tiempos. En los
Estados Unidos de Norteamérica -el país de la productividad-, la Suprema Corte
dio solución a un número muy reducido de expedientes en ese mismo lapso.
El asunto de su pretendida remoción ha sido
uno de los casos más paradigmáticos en la historia del litigio dentro de los
tribunales de la Argentina. La confrontación jurídica, derivada de la acción
declaratoria de inconstitucionalidad, se dio a través del célebre juicio: Fayt,
Carlos Santiago vs. El Estado Nacional. Para presentarlo, de una manera más que
resumida, debo apuntar que a los ministros se les pretendió separar de su cargo
con base en una reforma constitucional que fijó como límite, para el retiro
forzoso, la edad de 75 años.
Pero en su resolución, la Corte Suprema de
Argentina estableció la irretroactividad de la disposición, en virtud de que el
maestro fue designado en 1983, cuando aún no existía esa limitación. Además, el
texto de la sentencia apuntó la inconveniencia de la intervención de otro
poder, en la vida institucional del poder judicial, por atentar contra el
principio de independencia y por socavar la inamovilidad de los jueces al
considerar que “el sistema constitucional de designación de los jueces y las
leyes que reglamentan la integración de los tribunales ha sido inspirado en
móviles superiores de elevada política institucional con el objeto de impedir
el predominio de intereses subalternos sobre el interés supremo de la justicia
y de la ley”.
El asunto quedó fuera de toda discusión,
pero hoy, a la luz de la plenitud alcanzada en la vigencia de los Derechos
Humanos y de los instrumentos internacionales que los protegen, pienso que bien
pudiera argumentarse que una disposición que limite el ejercicio profesional de
una persona, en base a la exclusiva consideración de su edad, es además,
violatorio de esos derechos fundamentales por resultar discriminatorio,
restrictivo e infamante. No se puede excluir a alguien por llegar a cierta
edad. La acumulación de años no debe ser motivo de deshonra, sino expresión de
una considerable experiencia al servicio de la sociedad.
Las limitaciones pueden provenir de otro
tipo de reglas. La edad solo debe de ser considerada como causa suficiente para
el retiro cuando sea evidente la disminución de las facultades de una persona
en relación con el trabajo que desempeña. Pero si no hay mengua, no debe de
existir rechazo. Carlos S. Fayt ha dicho “que tiene la fuerza necesaria para
seguir desempeñando su trabajo”, agregando que lo hace “porque quiero al país,
por amor a la Patria. En realidad, yo soy juez desde hace 28 años (ahora 31) y
me voy a ir cuando crea que la Nación ya no me necesite, porque tengo bien
claro que aún puedo servir al Poder Judicial”.
Carlos S. Fayt sigue siendo un hombre que
ha hecho de la abogacía un apostolado, que lucha permanentemente por los
derechos humanos, la libertad y la justicia, para seguir defendiendo a su
República. Él es un caballero que sigue demostrando -todos los días-, que a
pesar de sus 96 años, todavía puede seguir siendo útil mientras conserve la
lucidez y la energía. Con su triunfo, el maestro continúa prodigando
quijotescas lecciones de vida, señalándonos -además-, que todos los abogados,
deben conservar siempre su dignidad como juristas.