Por Angélica Cristiani Mantilla
En
nuestro país, según el INEGI, el 66.1 de las mujeres han sufrido alguna vez en
su vida agresiones del algún tipo, ya sea sexual, física, laboral y/o
emocional. Esos son los datos duros y ¡vaya que son duros!, pero lo más duro es
que están muy alejados de la verdad pues la cruel realidad es que las mujeres
generalmente deciden disfrazar las agresiones de impunidad con su silencio, la
cifra negra revela que las féminas que no denuncian son más, muchas más.
Los primeros segundos te
pones alerta, es difícil creer que sea real lo que está sucediendo, después te
preguntas si no estás exagerando, comienzas a sentir como el miedo paraliza, es
en ese momento en el que debes decidir si te defiendes, huyes o dejas que
suceda. No importa qué decidas, de todas formas vas a sentirte aunque sea por
un momento culpable, si sobrevives tendrás que decidir callarlo por siempre o
en su defecto decirlo a alguien más, entonces sentirás miedo a que se te juzgue
o inculpe, ese miedo permutará cuando decidas denunciar y llegue el miedo a las
represalias, vendrá a tu mente todo lo que más quieres y sentirás pánico porque
ahora está en riesgo. El repudio, odio y asco serán tus acompañantes. ¿quién
repara tanto daño? si a los agresores no les alcanza para vivir, menos para
pagar daños.
La violencia contra las
mujeres en los espacios públicos o comunitarios es sobre todo de índole sexual,
es una pandemia a nivel internacional que afecta a la gran mayoría de
habitantes y es muy poco sancionada, al parecer hablamos de una enfermedad
incurable y de alto contagio. El acoso sexual es el primer paso del camino que
tiene como destino la violación. El hostigamiento sexual está tipificado en el
Código Penal Federal desde principios de 1991, sin embargo las agresiones
sexuales que se cometen en el transporte público no se denuncian en gran parte
debido a que las autoridades promueven que la víctima acepte una disculpa de su
atacante.
Antier le pasó a mi mejor
amiga, hace dos años le pasó a una compañera periodista, a mi me pasó la semana
pasada, hace unas horas le pasó a la nieta de un compañero periodista y
seguramente en este momento le esté sucediendo a la hija o a la madre de
alguien más.
La Ley General de Acceso de
las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, en su artículo tercero dice que:
“Todas las medidas que se derivan de dicha ley, garantizarán la prevención, la
atención, la sanción y la erradicación de todos los tipos de violencia contra
las mujeres durante su ciclo de vida y para promover su desarrollo integral y
su plena participación en todas las esferas de la vida.” Yo me pregunto: ¿Cómo
nos podemos desarrollar integral y participar plenamente en todas las esferas
de la vida si no tenemos la seguridad ni siquiera de transportarnos de un lado
a otro?
Actualmente no existe
ninguna ley que obligue a las empresas de transporte público a mantener
mecanismos y protocolos de seguridad ante situaciones de acoso y hostigamiento
sexual. Necesitamos que por medio de la legislación federal y local se nos
otorguen herramientas, que nosotras podamos utilizar para que en conjunto
salgamos y al fin nos libremos del fango de la impunidad.
En primer punto es
indispensable la impartición obligatoria de talleres sobre reconcepción de sus
masculinidades a operadores y conductores de unidades de transporte público .
Desde la Cámara y el
Congreso del Estado impulsar y retomar campañas y proyectos en coordinación con
la sociedad civil y ONG´s que tengan como fin desnormalizar las agresiones
sexuales hacia las mujeres en los espacios públicos, así como promover
masculinidades respuestuosas.
Generar convenios de
colaboración para la creación y ejecución de un programa de seguridad de las
mujeres en todos los medios de transporte de pasajeros público entre
instituciones encargadas del transporte público, de seguridad pública y de
impartición de justicia a nivel federal y estatal.
Constantemente me pregunto
¿quién debe pagar esos daños que nos han causado a las mujeres a lo largo de la
historia misógina de nuestro país? en días como hoy se me revela la respuesta:
nos corresponde a nosotras saldar esa cuenta.