Desde el Café
Bernardo Gutiérrez Parra
Lo bueno de esto es lo peor que se va a poner, dijo un
aficionado de los Tiburones Rojos después de los nueve arponazos que recibió su
equipo el sábado anterior por parte del Pachuca.
Y tuvo razón porque tras la masacre vino la renuncia
del entrenador Robert Siboldi, más una multa de 244 mil 550 dólares que el
Tiburón tendrá que pagar por los derechos de un jugador uruguayo que su dueño Fidel
Kuri quiso agandallarse.
Por el agandalle del uruguayo doña Fede castigó al
equipo restándole seis puntos. Y como sólo tiene cuatro producto de igual
número de empates, quedará a deber dos para la siguiente temporada.
Sin entrenador, sin vicepresidente ni director
deportivo (porque también se largaron Mario Trejo y Yair Tejeda) sin puntos,
sin dinero, con la urgencia de juntar 120 millones de pesos si quiere
permanecer en el máximo circuito y sobre todo, sin ganas de jugar los partidos
que le restan contra Rayados, Querétaro y América, ¿qué le queda al Tiburón?
Si alguien piensa que el equipo tocó fondo y está en
el suelo se equivoca. Después del suelo viene el subsuelo y luego los nueve
círculos por los que Virgilio guio a Dante antes de llegar (ahora sí) al
meritito infierno.
Es decir, al pobre escualo aún le queda mucho
sufrimiento antes de dar su última boqueada. Kuri piensa restructurarlo con la
insana idea (digo yo) de seguirlo explotando.
Otra cosa que debería preocupar (al menos a sus
familiares y amigos) es el estado sicológico del portero Sebastián Jurado.
No deja de ser paradójico que este joven de 21 años al
que el Cruz Azul y Pumas le echaron el ojo por bueno, no sepa lo que es una
victoria en los catorce partidos que van del torneo.
Con todo y su excelencia, es el guardameta más goleado
ya que ha tenido que ir 29 veces por el balón al fondo de su portería. Pero de
esos 29 goles, los que lo pueden llevar al diván de un sicólogo son los nueve
que le empujó el Pachuca el sábado anterior.
Y es que una goliza de ese tamaño puede traer
dolorosas consecuencias como le sucedió al guardameta del equipo de mi barrio.
Resulta que el pobre se echó a la perdición bien joven, aunque no se sabe bien
a bien si fue por los diez goles que le empujaron un domingo en la tarde, o
porque al día siguiente su novia lo abandonó para irse con su jefe y éste lo
corrió de la chamba.
Quizá por la goleada el Cruz Azul declaró vía Pedro
Caixinha que no le interesan los servicios de Sebastián.
Además, causó que una anciana que miraba en la tele el
partido mientras sus hijos se emborrachaban de pura decepción futbolera, pidiera
cuartel para el muchacho cuando le empujaron el quinto gol. “Inocente criatura…
díganle al entrenador que tenga piedad de él y lo cambie por el portero
suplente para que se repartan la goliza”, suplicó la buena mujer, pero ni sus
hijos ni Siboldi la escucharon.
Nada de eso debe importar. Lo importante ahora es que no
se deje llevar por la depre.
¿Y qué onda con el Tiburón?
Que faltando tres partidos para que termine el torneo
tiene cero puntos, un futuro más negro que la noche y un dueño que lo está
matando día a día, pero como cruel contrasentido no lo deja morir.
Lástima por el escualo, pero ahí donde lo ves bien
fregado lector, en la temporada 1945-1946 logró la goleada más grande en la
historia del futbol mexicano al vencer 14-0 al Monterrey.
Dios a de querer que Los Rayados no tengan el dato
fresco en la memoria, porque de ser así le van a poner otra soberana chinga este
fin de semana.
PD. Esta columna volverá a publicarse el 22 de abril.