Desde el Café
Bernardo Gutiérrez Parra
Como bien sabes lector, el jueves anterior cientos de
sicarios al mando de Ovidio Guzmán López, hijo del Chapo Guzmán humillaron,
derrotaron y pusieron en ridículo mundial al gobierno del presidente Andrés
Manuel López Obrador y al propio AMLO.
Elementos del Ejército detuvieron a Ovidio en Culiacán
con lo que se desató un infierno. López Obrador ordenó que lo pusieran en
libertad y a partir de ese momento quedó marcado para siempre como el
presidente que entregó una ciudad a los criminales. Pero su argumento de que
actuó así para evitar una matanza, ha partido en dos a la nación.
¿Qué salió mal en el operativo? Todo.
Sólo a principiantes se les ocurre mandar a 35
soldados a la cuna del Cártel de Sinaloa, en hora pico, a detener a uno de los
hijos del narcotraficante más peligroso y letal del mundo.
Una vez detenido Ovidio, se puso en marcha un plan de
rescate donde participaron al menos setecientos sicarios que quién sabe de
dónde carajos salieron, pero que en cuestión de minutos sellaron las entradas
de la ciudad, rafaguearon comercios, incendiaron autobuses, atacaron
instalaciones del Ejército, la Fiscalía y las policías estatal y municipal; privaron
de su libertad a familiares de militares, liberaron a 51 presos y provocaron
cinco horas de horror inenarrable con un saldo de ocho muertos y 16 heridos.
Entre los muertos figura Alfredo González, soldado de
Infantería de 26 años que era originario de Tierra Blanca.
Analistas aseguran que al doblegarse como lo hizo, López
Obrador perdió en cuestión de minutos la autoridad moral con la que llegó a la
presidencia. Otros dicen que la crisis de Culiacán es un hecho sin precedentes
que marcará el antes y el después de la 4T.
Ignoro si es el antes o el después, lo que sí es
verdad es que ese jueves la 4T hizo ¡crack! Y por lo que se advierte, más que
grieta aquello es un enorme boquete que no se restañará con choros retóricos ni
predicaciones.
El operativo diseñado por el gabinete de seguridad
cuyos elementos (y no los soldados) deben ser investigados y corridos, mostró
algo que no se quería creer: que los delincuentes se han adueñado de ciudades y
por supuesto tienen permiso para delinquir en un México muy parecido a un
Estado fallido.
Más allá de si se tuvo que actuar de esa manera para
evitar una masacre, quedó en el imaginario colectivo la idea de que López Obrador
es un presidente al que le faltaron tamaños para enfrentar el problema. Pero
soberbio como es, desdeña el costo político por pagar y se envalentona:
“No nos importa que los conservadores, que los
autoritarios quieran que se gobierne de otra manera, ya ellos lo hicieron y no
dio resultados, al contrario, enlutaron a México y lo convirtieron en un cementerio.
Esa estrategia de enfrentar la violencia con la violencia nunca más… jamás
vamos a reprimir al pueblo de México”, dijo este domingo en Oaxaca.
Sólo que la realidad dice otra cosa. También este
domingo el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, dio
a conocer que en el acumulado de diciembre de 2018 a septiembre de 2019 se
contabilizaron 29 mil 629 asesinatos y feminicidios. La cifra más alta de
violencia homicida de la que se tenga registro en un inicio de sexenio. ¿Acaso
esa cantidad no llena un cementerio; el primero de su administración?
Pero Andrés Manuel no ve esos muertos y pontifica: “La
doctrina de mi gobierno es la hermandad, la no violencia, el amor al prójimo”.
Alguien debería decirle que 30 millones de mexicanos
votaron por él para que gobierne y no para que catequice con sus prédicas
mesiánicas.
El sábado, dijo también en Oaxaca: “No estaría hoy
como estoy ahora o como están en Culiacán, como estamos el pueblo de México,
con esta tranquilidad espiritual, porque quién sabe cuántos hubiesen perdido la
vida el jueves. No, no somos dictadores, no somos tiranos, nosotros vamos
siempre a respetar la vida de los seres humanos”.
Es evidente que al señor ya se le van las cabras al
monte. ¿A qué tranquilidad espiritual se refiere? ¿Quién puede tener
tranquilidad cuando en este gobierno (el suyo), se han contabilizado casi 30
mil asesinatos y es considerado el más violento del que se tenga memoria?
Esta semana que pasó (sin duda la más negra de su administración
en cuestión de seguridad) estallaron balaceras en Aguililla, Iguala, Acámbaro,
Nuevo Laredo y Culiacán. Es decir, la guerra del narco está desatada porque no
la han podido detener los fuchi, los guácala, los abrazos ni las mamacitas de
los delincuentes.
Pero al parecer López Obrador no ha dimensionado el
asunto. Arropado con la cobija de la popularidad que aún lo cubre, no se ha
dado cuenta del barril de trinitrotolueno en el que está sentado.
Por donde se le mire Culiacán fue un paso en falso,
otro más y corre el riesgo de entrar en la historia de México por la puerta que
da al retrete.
Pobre hombre, pero sobre todo, pobre México.