Adalberto Tejeda-Martínez
Hablando
de huracanes, recordemos que los totonaca se hicieron meteorólogos antes que
astrónomos, conformaron su mitología en razón de su medio físico, y de ahí que
el dios Tajín sea el mismo dios Huracán de los pueblos del Caribe. En esos
tiempos en que la teología y la ciencia iban juntas, la cultura giraba
alrededor del conocimiento de la naturaleza. Pero la afortunada emancipación de
la ciencia del subjetivismo teológico, su ambición por la objetividad, su
vertiginosidad reciente y sus aplicaciones asombrosas, la pusieron en la mira
de pretendidos humanistas que quisieran regresarla a los tiempos de la
alquimia.
Más
allá de modas o imposiciones ideológicas, una formación cultural será precaria
si no permite discernir sobre las innovaciones tecnológicas o no ayuda a
comprender que el futuro de la(s) cultura(s) depende de la sapiencia con que se
manejen los recursos naturales, para lo cual es imprescindible el conocimiento científico.
Los
estudiosos de la naturaleza deben abrirse cada vez más a las ciencias de la
sociedad pero también a la inversa. Deben cooperar con visiones amplias -de
especialistas e integristas; humanistas y científicos; estudiosos de lo general
y expertos en particular- para enfrentar problemas globales con peculiaridades
locales como el cambio climático, las pandemias, las crisis económicas, la
migración o el narcotráfico.
Pero
vamos mal si el fallecimiento del doctor Mario Molina pasó desapercibido para
la directora general del Conacyt; del Presidente apenas mereció un tweet de
compromiso, y para peor coincidencia ocurrió el mismo día en que la H? Cámara
de Diputados anuló en primera instancia los fideicomisos de apoyo a la
investigación científica y al combate al cambio climático.
Resultado
de una investigación acuciosa, Mario Molina y Sherwood Rowland publicaron en
1974 un artículo científico alertando sobre los efectos de los clorofluorocarbonos
y compuestos similares en la destrucción del ozono estratosférico, el escudo
ante los rayos ultravioletas que causan cáncer en la piel. Ese descubrimiento
les mereció en 1995 el Premio Nobel de Química, pero previamente lo habían
llevado a los terrenos de la política internacional como para que en 1987 se
aprobara el Protocolo de Montreal, que limita el uso de tales compuestos, por
lo que el agujero de ozono de la estratósfera se ha reducido considerablemente.
No sorprende, entonces, que Molina haya sido asesor científico de los
presidentes estadunidenses Clinton y Obama, pero lamentablemente no lo fue del
Gobierno actual de su país de origen.
Molina
postuló hace una década, junto con otros colegas, que estamos en una nueva
época, el «antropoceno», dominado más por la humanidad que por las fuerzas
geológicas; y en junio pasado compartió el crédito con otros investigadores al
mostrar los mecanismos que sigue el SARS-CoV2 (causante de la Covid-19) para
difundirse en el aire (https://www.pnas.org/content/117/26/14857).
Fue
un gran científico que no se la pasó en la estratósfera.