Desde el Café
Bernardo Gutiérrez Parra
A ver, el Boeing Dreamliner 787-8 que el gobierno de
Felipe Calderón compró a la empresa Boeing para que lo usara su sucesor Enrique
Peña Nieto, costó 114 millones 600 mil dólares, pero con las adecuaciones que le
hicieron la cifra subió a 218 millones 700 mil dólares. Al tipo de cambio de
13.50 en noviembre del 2012 el precio de la aeronave fue de 2 mil 952 millones
450 mil pesos.
López Obrador dijo que jamás volaría en esa cosa y que
lo vendería, pero como no lo pudo vender dijo que lo rifaría. Y como todo mundo
se pitorreó de su idea dijo que lo rifaría aunque de manera virtual, es decir, haría
la rifa del avión sin el avión.
Para esto mandó imprimir 6 millones de cachitos de la
lotería a 500 pesos cada uno, con lo que pensaba obtener 3 mil millones de
pesos, es decir, 47 millones 550 mil pesos más de lo que costó el avión
originalmente.
¿Qué se haría con las ganancias? Mejorar la
infraestructura hospitalaria y comprar medicamentos, dotar de agua a las colonias
pobres, apoyar a las escuelas y un plan de ayuda migratoria.
¿Qué cosa? ¿Todo eso? Sí, todo eso.
Pero se vino la pandemia y la debacle económica que
ocasionó desempleo y falta de ingresos. El mexicano que es jugador por
naturaleza y va a todas, tuvo que frenar sus ímpetus con el azar y ante la
disyuntiva de gastar 500 pesos y ganar 20 millones… o no ganarlos, optó por
llevar esos 500 pesos a su casa y tentar a la suerte en mejor ocasión.
¿Resultado?
Cuarenta y ocho horas después del sorteo, en la
mañanera del 17 de septiembre, el entonces director de la Lotería Nacional Ernesto
Prieto Ortega, dijo que de los 6 millones de cachitos “se vendieron 4 millones
685 mil 800, que representan 78.09 por ciento del total. Y la venta fue de 2
mil 342 millones 900 mil pesos”.
El funcionario detalló que los premios fueron 100 y se
repartieron así: 42 a empresarios; 16 a la Lotería Nacional; 13 al INSABI; 5 a
sindicatos y hubo 24 premios que no se vendieron. ¿Y el pueblo? Al pueblo no le
tocó nada.
Terminada la exposición de Priego Ortega el presidente
López Obrador se apresuró a decir que la rifa había sido un éxito y en éxito se
quedó. Dijo que el dinero sería para la compra de equipo de hospitales y no se
volvió a acordar del agua para las colonias pobres, el apoyo a las escuelas y a
los migrantes.
Pero el viernes de la semana anterior, también en la
mañanera, la nueva directora de la Lotería Nacional, Margarita González
Sarabia, le corrigió la plana a su antecesor al manifestar que de los 6
millones de cachitos se vendieron 3 millones 647 mil 353. Es decir, quedaron
sin venderse 2 millones 352 mil 647, con lo que la institución dejó de ganar 1,176
millones 323 mil 500 pesos.
Según Margarita, la venta de esos más de 3 millones de
cachitos hicieron un total de 1,823 millones 676 mil 500 pesos. De ahí se
pagaron 1,272 millones 727 mil 260 pesos en premios. Además de 286 millones 817
mil 590 pesos en impuestos y comisiones. Y el remanente o utilidad del sorteo fue
de 264 millones 131 mil 650 pesos que se le dieron como apoyo al INSABI.
Entre los números que presentó Ernesto Priego y los
dados a conocer por Margarita, hay una diferencia de 519 millones 223 mil 500
pesos. ¿Dónde quedaron?
Nadie lo ha explicado aún y por lo visto nadie lo
hará.
Lo que llama la atención (aparte de ese faltante) es
que de la rifototota con la que López Obrador pensaba obtener una millonada
para hacer maravillas, todo quedó en un remanente de 264 millones para el INSABI.
A pesar de que la señora González Sarabia agradeció “a
todo el pueblo de México que participó en este importante gran sorteo especial”
lo cierto es que apenas participaron 990 mil ciudadanos de a pie, muchos de ellos
burócratas a los que les empujaron “voluntariamente” los cachitos o se los
descontaron de la nómina.
El sorteo fue lo más parecido a un fracaso y falto de
claridad por esa diferencia de más de 519 millones de pesos.
Así como ha sido opaco en la rifa del avión, el
gobierno de López Obrador ha sido opaco a la hora de hacer licitaciones, de
entregar recursos, de dar apoyos, de quitar de aquí para enviar a nadie sabe
dónde. Y de otorgar millonarios apoyos en dólares a gobiernos como el de El
Salvador, cuyo presidente Nayib Bukele está acusado de corrupto y de negociar
con pandillas.
Sin pedir permiso, Andrés Manuel dispuso de casi 300
mil millones de pesos del Fondo de Estabilización que el gobierno de Peña Nieto
le dejó para sortear problemas como huracanes o terremotos.
Valiéndole gorro los fenómenos naturales, pero sobre
todo los damnificados, ocupó parte de ese dinero en echárselo al pozo de Pemex
y la otra parte quién sabe dónde fue a parar.
Esto y más son ilícitos que pueden derivar en acusaciones
penales. Pero el presidente navega sobre aguas tranquilas, a pesar del millón
200 mil contagios y los 114 mil muertos por la pandemia. Y pesar de que la
economía cayó -9 por ciento y hay más de 5 millones de desempleados.
López Obrador sigue confiando en su popularidad del 71
por ciento (según él), sin ponerse a ver que el día menos pensado esa
popularidad puede hacer ¡crack! y el cielo puede venírsele encima.
Y a todo esto ¿qué onda con el avión presidencial? El
avión sigue sin venderse y hay que seguirlo pagando hasta el 2027 porque todavía
se debe.