Apenas habían cerrado las casillas en Nuevo León y ya Samuel García y Adrián de la Garza, candidatos a la gubernatura de ese estado por MC y el PRI respectivamente, se estaban trenzando en un duelo verbal y daban a conocer cifras sacadas de sus chisteras que los proclamaban triunfadores por “arrolladora mayoría”.
En Guerrero, Evelin Salgado acompañada de su
inseparable padre Félix hizo el mismo numerito. Sin presentar ninguna prueba y
sin más palabra que la suya, dijo que su triunfo era “irreversible”. Y tras ellos
vino el triunfalismo en cascada de casi todos los candidatos.
Esta chinchera costumbre comenzó la primera vez que el
Instituto Federal Electoral fue árbitro en unas elecciones y se ha hecho ley
hasta nuestros días ahora con el INE como responsable electoral.
¿Qué ganan los candidatos con este teatro? Nada, ni siquiera
calmar sus nervios. Tampoco ganan más votos, ni incidirán en el resultado
final, ni les aplaudirán más y lo vergonzoso del caso es que de tres, cinco o
veinte, sólo uno termina diciendo la verdad.
Si saben que si la elección es reñida y hay
impugnaciones se irá al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación
y serán los magistrados los que dicten el veredicto final, ¿para qué tanta
alharaca apenas se cierran las casillas? Por mucho berrido triunfalista que
suelten nunca cambiarán la decisión de los votantes o de los togados.
Hasta antes del
2018 esta costumbre confundía al electorado, pero ahora lo polariza e irrita. Y
salvo tu mejor opinión lector, debe desaparecer.
Bueno sería que se legisle para que en el 2024 se
prohíba a los candidatos echar las campanas al vuelo antes que el INE o los organismos
estatales electorales den a conocer oficialmente el nombre de los ganadores.
Como estamos en la época de las ocurrencias, se me
ocurre que se agregue al artículo tal el inciso tantos donde se especifique que
cualquier candidato o presidente de partido que hable de que su gallo ganó la
elección antes de que lo diga la autoridad competente, perderá en automático la
candidatura. Y verás como de volada todos cerrarán el pico.
Ojo, ni por un momento estoy sugiriendo coartar la
libertad de expresión de nadie. Sería lo último que haría. Simplemente estoy
pidiendo a los candidatos que tengan la decencia de esperar hasta que la autoridad
electoral les levante la mano.
Ayer un par de amigos que se habían distanciado porque
el favorito de uno es Ricardo Ahued y David Velasco lo es del otro, se pusieron
una carambiza de su tamaño porque ambos proclamaron el triunfo de su candidato
después que éstos así lo dieron a conocer.
Ricardo citó a una conferencia de prensa para anunciar
que las tendencias le favorecían y su triunfo era irreversible, mientras que
David dijo en un video que con el 95 por ciento de las actas en su poder podía
afirmar que había ganado la elección.
Esto bastó para que los ex amigos intercambiaran
palabras ácidas se siguieran a los golpes y terminaran en el cuartel de San
José.
Y lo que son las paradojas, el seguidor de Ricardo
Ahued perdió en el pleito callejero, pero su candidato iba ganando por amplio
margen. A la hora de cerrar esta columna (2 y fracción de esta madrugada), Ahued
llevaba 29 mil 742 votos por 15 mil 072 de David Velasco.
Nada de esto habría sucedido si ambos candidatos se
hubieran reservado su triunfalismo para mejor ocasión, porque al final uno de
los dos le habrá mentido al electorado.
Reitero lector, es necesario que se legisle sobre la
materia y sea la autoridad electoral la que pronuncie los veredictos. Nadie
más.
Que sólo uno de tres, cinco o veinte contendientes
diga la verdad, es una falta de respeto que no se merecen quienes con su voto hacen
lo posible por llevarlos a un puesto de elección popular.